“Hazte amigo de tu enemigo y conociendo sus pensamientos, veras que los seres no son enemigos de nadie, solo de si mismos” (Abel Desestress)
Jamás desde aquella aciaga madrugada del 4 de febrero de 1992 cuando saltara a la palestra pública se había visto al teniente coronel poseído de tales iracundias y furias देस्त्रुक्टिवास. Luce desencajado, histérico, fuera de sí, enardecido, alterado hasta la exasperación।
Se lo consume la neurosis y poco falta para que asomen a sus labios los espumarajos propios de un endemoniado poseído por el mal de rabia. No puede con su alma y las emprende contra los suyos, sus aliados y amigos. No se diga de las disidencias de su movimiento o de los francos opositores.
Le faltan adjetivos, descalificaciones y groserías para referirse a comunistas y pepetistas, que el resto - dígase la oposición - no cabe en una letrina digna del infierno del Dante.
¿Se puede vivir consumido por tal desasosiego? Desde luego que no. Lo peor para él es que bajo el influjo de tan endemoniada neurosis no se puede hacer política. Y la que se haga será tan atrabiliaria, biliosa y errónea que terminará por hundirlo en los quintos infiernos.
Devorado por la furia y la indignación está deshaciendo a patadas lo que logró construir en nueve años de tenaz e incesante faena y preparando el escenario para su caída. Nadie está pensando en golpes de estado y magnicidios, salvo él mismo, su peor enemigo.
Repudia a sus mejores aliados y se refugia en sus más siniestros y devoradores adulantes. Se quita de encima con gestos indignos de su magistratura a sus mejores asesores para echarse en brazos de ladrones, cuatreros y asaltantes de la hacienda pública. Prepara su propio cadalso. Cuando le suene la hora, todos esos adulantes se habrán refugiado a la sombra de sus suculentas cuentas bancarias y habrán olvidado como por encanto que algún día estuvieron cerca del dictador en desgracia. No será la primera. Ni la última vez que así suceda.
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